Plaza de Chuquibamba
PRIMER DIA
Crónica: Walter Amesquita
Salimos 5.35 am y ya empezamos con un problema: Quique que no llega. El viaje tranquilo con paisajes desérticos, con cauces secos de ríos que antaño regaban las pampas por las que pasamos. Así llegamos al puente sobre el río Majes, que estaba bien cargado. Lo cruzamos y llegamos a Punta Colorada y de ahí hacia Corire. En este momento me puse a recordar la vez en que, bajando de Pampacolca, tuve que regresar a Arequipa, mientras que los demás se dirigieron a Camaná. Sigue la ruta y se arriba a Aplao, capital de la provincia de Castilla. Un pequeño descanso, unos suben otros bajan y se reanuda el viaje. Así es como sin darnos cuenta, ya estábamos subiendo hacia Chuquibamba.
El primer pueblo en el camino se llama Pacaypampa (en alusión a la existencia de bastantes pacaes).Mirando a la derecha, es que se ve el valle muy ubérrimo con algunos poblados entre los campos. El bus sube y sube por una carretera asfaltada hasta llegar a un pequeño pueblo en donde se ve, en la plaza, los bustos de los Errantes de Chuquibamba .Se sigue trepando y se llega a Iray. De aquí hasta Chuqibamba por la vía que es ciertamente caprichosa, pues tiene curvas y curvas y curvas hasta que por fin llegamos al punto. Eran exactamente las 10.30.
Del terminal, fuimos a buscar telo y encontramos uno, que era bueno, limpio y acogedor a dos cuadras de la Plaza de armas. Nos instalamos y salimos a dar unas vueltas para conocer el terreno. Lo que a primera vista se nota es que, no hay iglesia en la plaza. Nos dijeron que se había derruido con el terremoto y que tuvieron que demolerla, con la esperanza de construir una réplica, en sillar.
Ya el hambre apremiaba y a buscar donde almorzar .El menú era variado pero lo que más abundaba era la comida de Semana Santa. Así que, ni modo, a comer chupe de viernes con pescado frito. Ya reconfortados por el combate, Pedro nos sale con una: que tenía que hacer visita con síntomas de un “rimember amoroso” de no sé cuantas centurias atrás, y que tenía que llevar chocolates a la que fue dueña de su ya achacoso corazón.
Casconza
Iglesia de Casconza
Iglesia de Iray
Surgieron ideas en contra porque, Pedro, lo único que tenía en mente era el nombre del pueblo en que vivía (si es que aún vivía) su Dulcinea: Gasconza. Bueno, a pedalear al lugar en mención. Claro la ida era bacán, pura bajada. Bajando, ahora a la izquierda, se veían en los verdes campos de cultivo, los pueblos como si fueran las casitas que se ponen en los nacimientos. Así es como llegamos al lugar y, Pedro empezó la esperanzadora tarea de averiguar el paradero de su quitasueño .Pregunta aquí, pregunta allá y naca la pirinaca. Nadie conocía a la susodicha, porque el enamorado ni siquiera sabía el nombre exacto de la damisela. El pueblito tiene una plaza, que está desierta y abandonada con una hermosa arquería de 18 portales y con vista a todo el valle abajo. Lo interesante es que, las patas de las bancas están adornadas con unos leones y uvas en alto relieve.
Subimos a la torre de la iglesia y la vista es espectacular. Ahí me enteré que Rafa tenía fobia a las alturas y casi en cuatro extremidades (por no decir patas) logró subir. Pedrín insistía en su idea de ubicar a la musa de sus sueños y preguntando y repreguntando a los escasos pobladores llegamos a un pueblo que quedaba más abajo de Iray, por donde habíamos ingresado a Chuquibamba. O sea que si seguíamos en ese plan, hubiéramos llegado a Aplao. Pedro se resignó a ya no buscar más, cuando se le dijo que sólo nos faltaba buscar en el cementerio, que sí, sería fijo que ahí la encontraríamos.
Ya más resignado, ordenó el regreso. Ahí sí que la cosa fue brava: era pura subida por esa tortuosa subida que hicimos en el ómnibus en la mañana. Pero lo rescatable de Pedro, es, como siempre digo, que no se chupa, y haciendo de tripas corazón, iniciamos el regreso hasta arribar al pueblo. Pero viene lo bueno: siempre habrán las negritas para recuperarse de la travesía, y siempre habrán los tenderos que le sacan la vuelta a la ley seca de Semana Santa, y que presto nos atendió. Ya calmados del cansancio y frescos por las negras, nos dirigimos al hotel. En la noche, nos servimos un grasoso octavo de pollo con todos sus recutecos y al frente, en una carretilla, para bajar la grasa, unos emolientes y mates. Pero, en la mortecina tarde, ya se había ubicado el local donde se expendía el vino, no de Chaucalla, sino de un pueblo de Cotahuasi, que tenía su gracia, y por el cual regresamos en la noche, después del combo, para comprarlo.
Botella en mano, nos sentamos en una banca de la plaza y le dieron buen fin al licor de Baco. Pero no éramos los únicos parroquianos, pues había otro grupo (con gilitas y un greñudo) que estaban en la misma situación. Hicimos un paseo nocturno. Finalmente fuimos al cuarto y a dormir.
SEGUNDO DIA
De entradita, otro problema: no había combate en la pensión, porque dizque no le habíamos asegurado nuestra presencia a la dueña. Así que a servirnos jugos, quínua y maca en un puesto de la plaza, con Pasión de Cristo incluida. Ya repuestos del hambre, salimos del telo a buscar a un señor, a quién ya le habíamos hablado para que nos transporte hacia la altura de Chuquibamba. Así es como nos embarcamos en un pequeño camión y empezar a trepar y trepar hasta salir del valle. De este punto se podía ver que Chuquibamba está en la cabecera de una geografía que tiene la forma de herradura alargada, en donde los lados están orillados por dos colosales cadenas de montañas que nacen o van a morir en el río Majes, cerca de Aplao. De este punto alto, también se observa al coloso Coropuna en toda su extensión, magnitud y nívea belleza. Me hizo recordar la ruta que hice con Wapoca y sus hijos a Andagua, en donde, al salir del Valle de los volcanes, pedaleamos al pie casi del nevado.
El camioncito nos llevó hasta un lugar llamado Rhata, en donde hay un puente, un pequeño riachuelo y es el lugar al que se llega desde Cotahuasi. Un poco más y a pedalear. Desde aquí, la carretera es afirmada y está en buenas condiciones, porque es ruta hacia Andaray, Yanaquihua, Charco y otros pueblecillos.
de Izquierda a derecha estan Aldo, Juan Carlos, Arturo, Quique, Rafael, Pedro, Walter, Cesar
Volcán Coropuna
Desvio hacia Andaray y Yanaquigua
Plaza de Andaray
Iglesia de Andaray
El clima estaba bueno, la geografía netamente alto andina, plana con casi ninguna subida. Así es como llegamos a un lugar bien pintoresco: un río con su puente y una escuela. En el río un camión que no podía cruzar y en el camino una señora que nos informaba de la ruta a seguir. Reiniciamos la travesía y llegamos a un lugar que es una bifurcación de la carretera y con un letrero que nos llevó a la equivocación más terrible.
Indicaba que hacia la derecha se llegaba a Andaray y a la izquierda, a Yanaquihua. Aldo decía que no era bueno ir a Andaray, porque según el GPS, esa no era la ruta y Pedro, en su persistente pensar, en el sentido que hay que hacer aventura, nos lleva por la derecha. Pese a que desde este punto de miraba Andaray, otro pueblo y Yanaquihua, las distancias entre ellos son tremendas, por lo accidentado de la geografía. Enrumbamos hacia Andaray y al llegar no había más de cinco casas mal paradas. No era Andaray sino Huaranguillo y que Andaray era el pueblo que se miraba al frente. Craso error el haber tomado el camino por la derecha, porque ni era Andaray y el verdadero pueblo estaba lejos y para poder llegar, se tenía que trepar tremenda subida no sin antes, descender hasta el lecho de la quebrada. Aldo que no nos acompañó debería de estar riéndose de nuestra patinada. Aquí decidí pegarme a Pedro. Llegamos a Andaray pero de Aldo ni noticias.
Negros nubarrones amenazaban con lluvia y los truenos peor. El lugar es, como casi todos los de la zona, tranquilo, soleado, con su iglesia colonial y eso sí, con una bonita plaza de toros y un mirador en la cima de un cerro. El Alcalde nos recibió, alguien quiso explicar el porque del nombre del pueblo, pero no lo consiguió por su falta de argumentos históricos. Pero sí nos hablaron del pueblo antiguo en el que un cura se había enamorado de una bellísima lugareña, con lo que trajo la maldición y por eso el pueblo tuvo que cambiar de asentamiento, que es el actual. Los truenos seguían asustando Nos dijeron que la lluvia era en la altura pero, para nuestra ruta, no. Con esa seguridad seguimos el viaje hacia Yanaquihua.
La vía es por demás larga, estrecha e interminable debido a que sigue la natural forma de las laderas de los cerros, lo que hace que se avance y avance y nunca se llegue. De todas maneras se tiene que arribar al destino y es así como hacemos nuestra entrada triunfal Pedro y yo. El lugar en bonito con ciertos atisbos de modernidad en sus construcciones, con la infaltable iglesia adornada con líneas y figuras arabescas y barrocas. Al acercarnos a la plaza, oh, sorpresa, ¿quién estaba allí? Aldo. El momento no era para reproches sino para descansar y esperar al resto. Tiempo después fueron arribando uno a uno los patas.
Iglesia de Yanaquigua
Municipio de Yanaquigua
Es cierto que el mundo es chico porque, imagínense, en estos lares alguien pregunta por César, se encuentran se saludan y al toque llega una mancha para saludarlo. Después de besitos y abrazos de llegada y de despedida, reiniciamos nuestro periplo, no sin antes brindar con un buen vino.
Según nuestra hoja de ruta, la idea era dormir aquí, en Yanaquihua y al día siguiente partir a Churunga y una vez ahí, seguir a Ocoña con la esperanza de llegar en la tarde, tomar un carro hacia Arequipa, o en todo caso colectivo hasta Camaná y de allí, hacia Arequipa. Pero siempre hay una luz que te guía y decidimos, a instancias de Aldo, que lo mejor era seguir el camino hacia Churunga, puesto que era medio día más o menos. Así lo hicimos y fue una sabia decisión
Rafa y al fondo las minas informales
A ponerle fuerza y convicción en nuestro viaje. Es así que llegamos a una planta minera con todas sus instalaciones que está a una altura de 3 650 msnm. A partir de este lugar, toda la zona es región minera que pertenece a la minera Yanaquihua. Durante todo el trayecto, los cerros están horadados por la minería ilegal y artesanal. En el horizonte se veían tremendas montañas, pampas verdes todavía por la lluvia y carreteras que seguramente llevan hacia una mina o a pequeños pueblos que por la zona, abundan.
A lo lejos se miraba la infraestructura de una mina, seguramente, y al llegar, efectivamente así era. Había una planta, barracas, lugares aplanados, maquinaria y una mina, pero que estaba cerrada con una reja. Al ver la bocamina, me desasné, en el sentido que yo creía que los cerros eran grandes amontonamientos de piedras y tierra cubiertos por algún tipo de vegetación. Pero, no es así, al menos estos cerros donde hay mineral. La capa que cubre el cerro es una capa delgada de tierra y plantas, pero debajo de esta, la estructura es roca viva y de una sola pieza, con una textura y color muy característico
Asentamiento minero La Central
La idea era llegar a La central para ver que hacíamos. Efectivamente, a lo lejos y después de mucho pedalear, se podía ver una estructura que se adivinaba como casas pero con un desorden total. Les recuerdo que en todo el trayecto, los flancos de los cerros que están a la altura de la carretera, se encuentra llenos de bocaminas, tan pequeñas que me imagino una sola persona podía ingresar por allí.
Llegamos a La central y nos detuvimos un rato. El lugar es francamente aterrador por el desorden, la suciedad, las personas que nos miraban como bichos raros o quien sabe con que otras intenciones. Lo dije en ese momento: este lugar se parece a los pueblos del oeste, en donde no había ley. Lo agradable de la situación fue la fugaz presencia de una fémina, que para el lugar estaba bien, ataviada con un vestido blanco y con lunares negros. Zapatos de taco y andar cimbreante, que encandiló los ojos de Arturo. Después de mucho parlamentar sobre su presencia en estos lares, llegamos a la conclusión que era una dama de compañía que ejercía el oficio más antiguo del mundo. Más apurados que alma que lleva el diablo, arrancamos y al salir de este infiernillo, desembocamos en una hondonada en la cual había hileras de casas más o menos ordenadas, con canchas de deportes con toldera. Al pasar por este sitio, alguien, a la volada nos advierte:”tengan cuidado con los lobos”. Nosotros ni idea. Empezamos a bajar la ladera de un cerro por una carretera que tenía como siete vueltas que nos llevó a una quebrada estrecha. Seguimos y desembocamos, a boca de jarro, en una curvita en la que había pertrechos mineros, unas casuchas y música estridente y unos patas huascas. El lugar se llamaba Pueblo Rico. Yo dije para mí:”aquí fuimos” ahorita salen unos patanes y nos van a pedir una colaboración para su tranca y si no, chau cletas o lo que sería peor, matasca.
Pero fui muy fantasioso o miedoso. Nada de nada. Los choborras eran unos angelitos y hasta casi nos despidieron con besitos. Aquí empiezan unas subidas desde las cuales se puede ver a lo lejos, los cerros característicos de la sierra, en la que todavía estábamos y hacia el oeste, otros cerros pero con diferente morfología y color: eran cerros costeros. También se miraba en todos los cerros, carreteras que se abrían como los dedos de la mano de un descomunal esqueleto arañando la tierra.
Todavía hay subidas y finalmente a bajar se a dicho, por una vía dibujada en la cresta de los cerros. Se la miraba como un hilo blanco que se perdía en la lejanía. Fiel a mi promesa, me pequé a Pedro, pero el condenado me sacaba ventaja. Lo miraba aparecer y desaparecer peo no podía dejar que me deje solo. Claro que atrás estaba el resto. Así es como lo sigo y sigo hasta que al fin, lo alcanzo y lo sigo. Así hemos montado mucho tiempo, yo al menos, sentía que tenía una corbata michi en la garganta (ya saben a que me refiero por el miedo) hasta que llegamos a lo que antiguamente fue un huaico y empezamos a descender por esa huella, a veces arenosa, otras con cascajo y la mayoría, con tremenda piedras planas como losas.
Hemos bajado y bajado, creo por una hora. Ya las manos me dolían de tanto frenar, el cuello también y las piernas, que pese a estar descansando, amenazaban con los calambres. Al pie del tremendo cerro que estábamos bajando se podía ver el fondo del valle con poca vegetación. Así llegamos al valle y seguimos río abajo. Me parece que era la cabecera del valle, porque nunca se llegaba a un viso de civilización.
En el trayecto encontramos dos volquetes que nos dejaron pasar, pero para perdernos puesto que nos dirigíamos al río. Dos veces nos ocurrió lo mismo pero, al fin llegamos a Churunga. Del río salimos y nos encontramos con una subidita, de una cuadra, que era el remate para arribar al pueblo. Había unos sapos y, para no quedar mal, por lo molidos que estábamos, le dimos con tal fuerza que casi mancamos. Habíamos llegado a las 3.30 pm. De este lugarcito se miraba hacia abajo, una callejuela, sin asfaltar, con casas que prácticamente se están apoyando en unos palos para no caer en la calle. ¿Desorden urbano, dejadez, miseria? No sé. Pero aún en estos lugares hay una negra, dos negras que nos las mandamos entre Pedro y yo. La decisión de seguir hasta aquí, fue lo mejor que pudimos hacer. Ahora a esperar el arribo de los demás, que fueron llegando poco a poco. Otras negras para el refresco y a buscar alojamiento.
Nos instalamos en un hotel en el cual, la administradora (guapa dicho sea de paso y casada también) inmediatamente fue abordada por, ya saben quien (Pedrín) para invitarle unos vinos. Ella le respondió que no, porque el vino era traicionero, cosa que a Pedro no le interesaba. Nos instalamos, aseamos y a buscar combate. Lo hallamos en una pensión bajo la rimbombante propaganda del plato recomendado por el “chief”: pollo a la naranja. El hambre es capaz de hacerte engullir cualquier cosa que sea comestible, porque el plato anunciado, de naranja tenía creo, el jugo hecho con refresco de naranja de sobre. Ni modo a comer y a dormir. El coordinador y otros más, decidieron mandarse unos tragos, lo que será bueno para ellos, pero para los alojados que tratábamos de dormir, era un martirio. El cansancio vence todo y amanecí con el alegre y suave cantar de gallos, gallinas y pollos que estaban en el patio trasero del local y otros encaramados en las secas ramas de una higuera.
TERCER DIA
Calle de San Juan de Churunga
Los trasnochadores, se levantaron tarde y después de engullir un tallarín, pan y té bajo la inquisidora mirada de un cuarteto de chicas del INEI, que estaban también comiendo, nos dispusimos a seguir el viaje. Nos alistamos, y Pedro se despide con casi lágrimas en los ojos de la chica del hostal. Eran la 8.30 am. Salimos por la única callejuela del lugar y llegamos a las afueras, en donde la carretera nos lleva directamente al río. Había un andarivel, pero a todas luces, estaba malogrado. ¿Qué hacer? A cruzar las frías aguas cargando la cleta. Cruzamos el río y por el margen derecho del río, aguas abajo, empezó la travesía rumbo a Ocoña.
Desde este punto la carretera es afirmada y hasta donde alcanzaba la vista, se veían cerros y más cerros hasta nunca acabar. El paisaje es recontra árido. Empezamos a pedalear, creo que cada uno según su físico, y es así que, llegamos a un pueblo llamado Alto Molino, en el cual, la gente muele el mineral en una especie de balancín pétreo. Sigo y me encontré solo en la carretera y dale y dale hasta que hallé a Quique descansando. Descansé también y le propuse seguir porque empezaba una de las tantas cuestas que nos faltaban en el camino. No aceptó y yo preferí seguir. No importa empujando para que los tigres no me alcancen y me dejen. Repito, hasta donde alcanzaba mi visión, miraba cerros y cerros por los cuales iba la carretera, y cuando llegaba al final, nuevamente empezaba lo mismo: siempre los cerros y el posible final. Así innumerables veces. En el camino se veía, a veces en la orilla del lecho del valle, unos villorrios, ranchitos y casas, pero nada más. Así es como pasé por lugares como Zurita, kerosenal, etc. El sol ya estaba insoportable .La carretera está asfaltada pero por el duro y sostenido trajín de los carros, esta se encuentra en mal estado, con tramos buenos y los demás, con tremendos huecos y otros con encalaminados.
Así es como llego a Río Grande que pertenece a Iquipí, un lugar muy bonito, sombreado por verdes árboles que te dan sombra y un frescor increíble. La pileta del lugar está coronada por un inmenso camarón metálico. Allí me alcanzan los patas y nos tomamos unas fotos. Había unas chicas muy guapas a quienes invitamos para que se tomaran unas vistas con nosotros. No querían y como todavía hay cana, por ser menores de edad, el único que logró unas fotos con ellas, fue Aldo, el inocente. Más abajo llegamos a otro bonito pueblo llamado Puica (Puyca es otro pueblo en Cotahuasi)
Nuevamente partimos y esa fue la ultima vez que vi a un ser viviente en la ruta hasta llegar a Santa Rita B.
Al fondo: Secocha
Rio Ocoña
La carretera interminable, pero ya aparecieron los arrozales, el río que se bifurcaba hasta en cuatro brazos y en un momento se ve Secocha en la margen izquierda del río. A partir de aquí, durante todo el trayecto, pensaba que ahí debía de terminar la carretera. Vano deseo porque naca la pirinaca, seguía y seguía. Bueno como no hay día que no llegue y deuda que no se pague, llego a un lugar en el cual la carretera se curva, pero para entrar a la curva me recibe una bocanada de aire caliente que casi me levanta en peso, casi me echaba a tierra además de las partículas de arena, que cual alfilerazos, me incaban la cara, La bajada era para llegar a Santa Rita B y dije, ahora voy a descansar, pero no, no, el viento me aguantaba. Como sea llegué al pueblito. Después de 15 minutos empezaron a llegar los demás. Descansamos y nuevamente a lo nuestro.
Arrancamos y yo me pegué a Quique, Juan Carlos y Arturo por mucho rato. Qué manera de pedalear y qué terquedad mía de seguirlos. Lo pude hacer pero en una pequeña subida, no hice el cambio correcto y me quedé. Nunca más los volví a ver hasta Ocoña. Seguí solo desde inicios del valle, con el río casi en la orilla hasta que me cansé .Al rato llega Pedro y mucho después Rafa. Pedro me dice sigamos, porque ya se veía el mar y yo le digo que descansemos. Pedro, dice no, y se va. Entonces, no me quedó otra que seguirlo y así, a su ritmo tuve que darle y darle hasta que llegamos al final de la carretera, que casi choca con el puente Ocoña, por donde pasan los vehículos hacia Lima. Ahí encontramos a los tres mosqueteros que me dejaron, unas negras y a buscar carro para Arequipa o para Camaná. Van llegando los rezagados y chela de por medio rumbo a Camaná. Llegamos primero y esperamos a Pedro y compañía, aunque teníamos la oportunidad de iniciar el viaje a Arequipa. Mientras tanto fuimos a pasear por la plaza y al regresar a la empresa, encontramos que Pedro ya había tomado una minivan sin esperarnos. Así es la vida. Caballeros. Sacamos pasajes y rumbo a Arequipa a la que arribamos sin novedad. Ojala que pueda contarles el viaje al Manu. Chau.